La cámara doméstica de rollo tradicional tenía una particularidad. El visor, el cuadro transparente en donde poníamos el ojo para encuadrar lo que queríamos fotografiar, estaba ubicado arriba del lente que efectivamente sacaba la foto. La distancia que existía entre estos dos elementos, hacía que aquello que nosotros veíamos por el visor no coincidiera con lo que la cámara registraba. El lente captaba la imagen desde un poco más abajo, por lo que el resultado de la foto no era lo que habíamos visto al disparar el botón. A eso se le llama el “error de paralaje” en fotografía y varía en función de la distancia que la cámara tenga de la escena a fotografiar. Si tomo la foto desde lejos el error disminuye, ya que la distancia entre lente y visor se hace relativamente menor. En la medida en que me acerco a mi objetivo el error comienza a ser cada vez mayor. El resultado entonces, era que cuando queríamos fotografiar a alguien de cerca, lo que obteníamos era su cara recortada por la mitad. La foto, en lugar de capturar el momento que nos hacía ilusión, nos ofrecía un recuerdo mutilado por aquel aparato cuyas limitaciones técnicas no lográbamos comprender.
El otro día, después de tener una videollamada por Zoom, me acordé de este concepto y finalmente logré distinguir qué es exactamente lo que me genera tanto rechazo de las videollamadas: el error de paralaje de la mirada.
Los avances tecnológicos todavía no lograron ubicar a la cámara y a la pantalla en el mismo lugar. Sí se aproximan mucho, pero no se pueden superponer. Esta es la razón por la que al día de hoy, es técnicamente imposible de emular el contacto visual. El resultado es esa mirada un poquito desviada que todos conocemos y a la que ya estamos tan acostumbrados. El problema en este caso, es que la experiencia de mirar a otro y ser mirado por él es exacta y absoluta. No hay matices ni aproximaciones. No se puede mirar a medias. O nos miramos o no.
Con esta limitación técnica, para que la imagen de uno aparente estar mirando al otro, los dos tendríamos que estar mirando a nuestras respectivas cámaras. Pero si miramos a la cámara, no podemos ver al otro que está en la pantalla. Entonces, la acción más próxima al contacto visual que nos permite una videollamada es que ambos miremos a la imagen del otro en la pantalla, en donde nos veremos “mirándonos” con nuestras miradas desviadas. Este error de paralaje produce una “no mirada” que expone claramente la pobreza inerte que nos ofrece la comunicación virtual. No solo porque nos impide la mirada mutua, sino también por las características de la mirada que nos ofrece en sustitución.
Como todos los productos tecnológicos actuales, las interfaces de las videollamadas promueven una actitud narcisista de la que se hace difícil escapar. ¿Es necesario ver nuestra propia imagen cuando estamos conversando con otro? No. Pero por defecto, todas las aplicaciones vienen configuradas para tener nuestra imagen permanentemente presente en la conversación. Además, nos la muestra espejada, para que nos podamos ver tal y como lo haríamos en un espejo. Ni la persona menos vanidosa del mundo puede evitar mirar su propia imagen si la tiene adelante. ¿Cómo sería una conversación en persona en la que nos estuviéramos mirando cada uno en su propio espejo permanentemente?
Como si fuera poco, en este caso, no se trata solo de un reflejo sino de un registro. Aunque sea a nivel muy subconsciente, nuestra actitud ante una cámara siempre está condicionada por la noción de que estamos siendo registrados. Esta interferencia en nuestro comportamiento podrá ser más o menos evidente, pero siempre existe. En una videollamada, de forma más o menos consciente estaremos monitoreando y ajustando nuestra imagen permanentemente. Y lo que veremos del otro será cómo él mira y reacciona a esta imagen nuestra, a la vez que también monitorea y ajusta su propia imagen. ¿Qué clase de mirada es esta? La videollamada parece ser una especie de juego de espejos en el que el contacto visual es reemplazado por la interacción de nuestros reflejos virtuales. ¿Dónde quedamos nosotros exactamente en ese juego?
Seguramente en poco tiempo lograrán encontrar una solución técnica para superponer cámaras y pantallas, y podremos simular que nos miramos más eficientemente. Pero preferiría que no pase. Esta emulación fallida de miradas imprecisas que tenemos ahora, nos permite ver más claramente la distorsión que los artefactos generan en nuestra interacción.
¿Qué aspectos de la conversación estaremos mutilando?
A todo esto, el error de paralaje en las cámaras de antes se volvía imperceptible cuando nos alejábamos lo suficiente de aquello que queríamos fotografiar.
¿A qué distancia del otro tendremos que estar para que la ausencia de su mirada ya no importe?
"Los ojos de los seres vivos poseen la más sorprendente de las virtudes: la mirada. No existe nada tan singular. (...) ¿Qué es la mirada? Ninguna palabra puede aproximarse a su extraña esencia. Y, sin embargo, la mirada existe. Incluso podría decirse que pocas realidades existen hasta tal punto.
¿Cuál es la diferencia entre los ojos que poseen una mirada y los ojos que no la poseen? Esta diferencia tiene un nombre: la vida. La vida comienza donde empieza la mirada." (Amélie Nothomb "Metafísica de los tubos")
Dicen que cuando los hermanos Lumiére presentaron su invención de la cámara de cine con "La llegada del tren" (en aquella función famosa en la que se dice que el público se agachó para esquivar al tren), en la prensa se publicó lo siguiente: "Se ha capturado la vida".
Parece que el destino de las cámaras fue, es y será siempre el mismo. Tratar de poseer la realidad. Y nosotros nos dejamos engañar por ellas fascinados, aunque sabemos en el fondo que sólo son capaces de ofrecernos reflejos. Cuando las tecnologías consigan emular la mirada con mayor precisión, quizás logren "capturar la vida". Y en nuestro afán por poseerla vamos a morir ahogados en un mar de reflejos.
Textos escritos por una humana - Ariadna Santini